La danza
neoclásica
¿Se puede hablar de danza neoclásica?
Entre coreógrafos que manejan las puntas y los que las abandonaron; entre narrativos y abstractos; entre virtuosos, expresionistas y poéticos; entre americanos, rusos, holandeses, alemanes, ingleses, asiáticos y franceses, ¿qué punto tienen en común? Un vocabulario, conquistado a los Viejos Ideales, pero dotado de un aire regenerador.
Todos se basan en un vocabulario inicial al cual las palabras añadidas, quitadas, deformadas para expresar el tiempo presente, proceden de intenciones tan variadas que sería largo y complejo hacer una genealogía: Michel Fokine, de los Ballets rusos de Serge Diaghilev, inspirándose en la danza libre de Isadora Duncan, Vaslav Nijinski, Léonide Massine, Bronislava Nijinska, George Balanchine; en Francia, después de una multitud de artistas olvidados, Serge Lifar, Roland Petit, Maurice Béjart o aún Janine Charrat... Los coreógrafos se inspiran el uno del otro, cuestionan los contenidos del vocabulario, mientras la singularidad o bien la genialidad de las obras sirve para la ruptura.
El término neoclásico lo emplea por primera vez Serge Lifar en su libro Danza académica, publicado en 1949. Pero más allá de su empleo y de su definición, el estilo neoclásico, del cual Serge Lifar reclama la paternidad, hace referencia a una síntesis de continuas evoluciones, las mismas que corresponden a todo organismo vivo.
Por tanto, podemos preguntarnos sobre la validez del prefijo “neo” que califica lo que es nuevo e indica que se establece una ruptura con lo precedente. Incluso algunos que pretenden expresar una danza actual se definirán simplemente como “contemporáneos”, lo que puede ser contestado y considerado como una usurpación en la opinión de los detractores de la expresión neoclásica.
Y es muy probable que en breve aparezcan los términos post clásico, nuevo clásico, o veamos sin duda un futuro neo postclásico o un neo nuevo clásico, teniendo en cuenta todas las selecciones, antes de que los más eméritos de los trabajos se conviertan en "clásicos".
Para parafrasear a Albert Camus, “nombrar mal las cosas no es aumentar la desgracia del mundo”.
Se trata aquí de un primer enfoque hacia esta amplia cuestión. Para saber más, leer el artículo de Thierry Malandain: